El gordito del curso ya no se ríe, ¿acaso no es feliz con las bromas “amigables” por su barriga?
El más gordito del curso, el regalón de la olla, “di la verdad Rosa”, “Andá a comerte los postres”. Podría ser que ninguna de estas frases se diga con reales intenciones de atentar psicológicamente contra alguien, quizás no hay en estas palabras ninguna mala intención, y quizás incluso sean expresiones cariñosas o afectivas, pero ¡ojo!, ¿y si le molestara un poco a la otra persona?
La obesidad está intrínsecamente ligada a la mente humana, no se trata solo de comida, kilos y grasa, se trata, en general, de temores, frustraciones, ansiedades y vergüenzas que acompañan a esa persona que “padece” el sobrepeso. Además de las enfermedades físicas asociadas a la obesidad, debemos adicionar una serie de condiciones mentales que se podrían presentar como consecuencia del sobrepeso; trastornos de diversa naturaleza, depresión, ansiedad y el desarrollo de algunas fobias son solo algunos de los problemas con que “el gordito feliz” debe vivir a diario, y que empeoran con cada consejo sobre dietas o con cada “broma” de su círculo.
Un análisis común y, ciertamente facilista, es el que se hace desde la vereda observadora y desde la crítica no involucrada, “por qué no deja de comer” es un látigo duro que en muchos casos poca relación tiene con los orígenes del problema. Y es que las razones por las cuales una persona desarrolla obesidad pueden ser muchas, claramente están relacionadas con una ingesta de calorías superior al gasto energético de esa persona, pero decir que un obeso lo es “solo por comer” es quedarse cortos en el análisis. Y si comer mucho es el tema, recordemos que somos seres sociales, y nuestros comportamientos en general tienen que ver con los contextos en los que vivimos, crecemos y nos desarrollamos.
El problema en muchos casos surge incluso antes de que podamos tomar nuestras propias decisiones: la niñez. Y es que la línea entre un “gordito rico” mientras se le aprietan los cachetes a un bebé, y un “gordito del curso” cuando ya se está en el colegio es muy muy delgada, tan delgada que no notamos cuando se pasa de la ternura inspirada a la burla o la compasión en un abrir y cerrar de ojos.
Pero pensemos en esos niños y niñas, los “gorditos ricos” no son más que un resultado de padres y madres que los malnutren, que prefieren dejarlos en la cama con un smartphone en lugar de jugar con ellos en una plaza. Cada vez que un “le encantan los nuggets de pollo” le gana a un “hijo, cómase toda la tortilla”, un puñal entra en el autoestima futuro de ese niño o niña, y cada vez que una bebida gaseosa de colores inexistentes en la naturaleza es preferida por sobre un juguito de naranja recién exprimido, no solo estamos en condiciones de repudiar la falta de esmero de un padre, también podemos sentarnos a esperar que ese niño ―que no eligió ser el gordito del curso― sufra en la clase de educación física cuando deba pesarse, o invente excusas para no quitarse la polera frente a los compañeros en el paseo de fin de año, o ―peor aún― desarrolle enfermedades terribles aun teniendo muy corta edad.
¿Y si le regalas un perrito para que juegue con tu hijo en el patio, en lugar de un Smart TV que lo “aperne” a la cama? ¿Y si lo premias con una visita a un parque o al cine en lugar de hacerlo con una hamburguesa de quien sabe qué cosa? ¿Y si le enseñas lo rico que es comer un huevo duro a mordiscos en lugar de darle un nugget untado en kétchup? Los adultos responsables somos nosotros, nosotros creamos esas conductas erróneas en los pequeños de la casa, y en nosotros radica la decisión de ayudar a criar niños felices o niños con complejos y vergüenzas, que no se sienten seguros ni orgullosos de sí mismos.
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